S/ D. Manuel Mozas Mesa
En la crónica de Juan II que justamente se la considera como << la más puntual y la más segura de cuantas se conservan antiguas>> y que es debida, entre otros autores, a Fernán Pérez de Guzmán y a Alvar García de Santa María, refiriéndose a Jaén dice que era << la ciudad más considerable de la frontera>>, al comenzar el siglo XV. De ahí que fuera ambicionada por los reyes moros de Granada y objeto de sus contínuas correrías. Querían recobrarla para que, como hermosa perla, fuese engarzada a la corona de los nazaries.
LAS IRUPCIONES DE LOS NAZARÍES
Aprovechando las discordias del reino de Castilla y desde Cambil y Alhabar venían los moros, protegidos por las sombras de la noche cometiendo en Jaén todo género de violencias y excesos y cuando aparecía la primera claridad del crepúsculo, se llevaban de su incursión como botín cautivas y ganados, preferentemente de los arrabales, quedando, además; honda huella de su paso, por las muertes cometidas fuera del recinto amurallado de la ciudad. Tan frecuentes fueron estas incursiones nocturnas y aún otras hechas en pleno día, por los campos próximos a la capital, que no bastaban las cuadrillas o hermandades formadas para defenderse de estas acometidas, ni el ímpetu de los caballeros, que a diario salían a batir a los moros y a cuyo frente iba el obispo Don Gonzalo de Zúñiga - de tan recio temple, que al menor peligro cambiaba el báculo por la espada- por lo que se presentaba, como triste y única solución; el abandono de la ciudad, al no estar en ella seguros vidas ni haciendas.
EL DESCENSO DE NUESTRA SEÑORA
Y cuando el desaliento era mayor y sin esperanza de humanos socorros, tuvo lugar la milagrosa ventura del descenso de la Santísima Virgen a Jaén. El sábado 10 de Junio de 1430, víspera de San Bernabé, entre once y doce de la noche según la información testifical hecha, verificose la más extraordinaria y maravillosa procesión: El blanco cortejo de nuestra señora la Virgen María, que salió de la iglesia Catedral hasta la de San Ildefonso, pasando por las calles de esta parroquia.
Iban primeramente siete cruces, como las de las parroquias de la ciudad, llevadas por personas vestidas de blanco, a continuación, veinte personas con blancas vestiduras, que eran clérigos y luego, como dice el analista Ximena Jurado, <<Una señora hermosísima, medio codo más alta que las demás personas, vestida de blanco, con una falda de dos brazadas y media a tres, y llevaba en el brazo derecho a un niño envuelto en paños blancos. Y de la Señora y del Niño salía tan grande resplandor que alumbraba tanto y más que el sol, que con el resplandor parecían todas las casas de alrededor y aún las tejas de los tejados se determinaban como si fuera medio día>>. Iba a la derecha de la Virgen un hombre, muy semejante a la imagen de San Ildefonso y a su izquierda, una dueña; algo más apartados y en grupo, tres centenares de hombres y mujeres, todos con blanca vestidura y detrás hasta cien hombres armados. El blanco cortejo se detuvo en la parroquia de San Ildefonso. A espaldas del altar mayor, por parte de la calle, había un altar de altura de una lanza, con paños blancos y rojos y un trono donde se sentó la Divina Señora, iluminándolo todo; no luz de candelas, sino claridad prodigiosa, resplandor celestial. Cantaron con voces suaves y delicadas alabanzas a la Madre de Dios, hasta la media noche, en que al tocar las campanas de la iglesia mayor y demás templos a maitines; desapareció todo y volvió a reinar completo silencio.
LOS TESTIGOS
Al día siguiente, ante el discreto varón Juan Rodríguez de Villalpando, Provisor y Vicario General del Obispado, acompañado de los notarios Juan Rodríguez de Baena, Álvaro de Villalpando y Fernando Díaz, declararon haber visto el milagroso suceso; Pedro, hijo de Juan Sánchez; Juan, hijo de Usanda Gómez; María Sánchez, mujer de Pedro Hernández y Juana Hernández, casada con Aparicio Martínez, todos de humilde condición, que contemplaron la visión prodigiosa. Donde se detuvo la procesión, el prelado hizo edificar una pequeña capilla y se colocó una imagen muy antigua de la Virgen, que estaba en uno de los altares de la iglesia de San Ildefonso, a la que el pueblo comenzó a venerar con el nombre de Nuestra Señora de la Capilla. El blanco cortejo de la Virgen María, al cruzar las calles de Jaén, supo encender en todos los corazones giennenses fe viva y esperanzados ya con la fe divina, sintieron alientos y estímulos para defender su ciudad y acabar con las acometidas de los moros. Tal es la fundada tradición religiosa que, como cimiento secular e ininterrumpido, ofrece el culto a la Virgen de la Capilla, patrona de Jaén, símbolo venerado del descenso de Nuestra Señora a esta ciudad y que, en materia de milagros, << ninguno llegaba a ser como el de Jaén, que entre los grandes era el mayor>> segun afirmó el Rey Prudente.
LA IMAGEN
La imagen, desprovista de sus actuales vestiduras, tal como salió de las manos del anónimo artista, tiene una altura total de 57 cm, comprendiendo la peana, que semeja rica almohada. Es una escultura gótica de primeros del siglo XV o últimos del XIV. Todo el ropaje está estofado en oro, salpicándole flores, margaritas pequeñas silueteadas de verde y de rojo. El color del rostro es de un tono muy oscuro, cobrizo casi acafetado, con mucho brillo. El prior de San Ildefonso, Don Melchor de Soria y Vera, edificó la capilla actual, independiente y espaciosa, con la entrada por la iglesia al nuevo y suntuoso local, que desde entonces es su especial santuario.
El altar mayor de la parroquia de San Ildefonso tiene un hermosísimo retablo barroco de la segunda mitad del siglo XVIII, hecho en tiempos del obispo Fray Benito Marín, y se supone fue debido a Marcelino Roldán, sobrino del famoso escultor sevillano Pedro Roldán. En la parte central aparece un magnífico tríptico con el blanco cortejo de Nuiestra Señora, es la historia tallada del descenso de la Virgen a Jaén.
LAS CORONAS
Con razón pudo estampar el licenciado Antonio Becerra en el Memorial del prodigioso descenso, publicado por vez primera en 1639, que todas las noticias en él contenidas las había << sacado de papeles antiguos, de testimonios de personas de todo crédito y de la tradición de la ciudad>> y pudiera añadirse que en el afecto de los giennenses, y en gratitud se le ofrece una corona de oro y pedrería, impuesta el 11 de junio de 1930, al cumplirse el quinto centenario del descenso a Jaén; era ... el espléndido recuerdo de aquel blanco cortejo. La corona fue destruida durante la Guerra Civil para aprovecharse de su valor material. La ciudad reparó el ultraje el 11 de Junio de 1953 con una nueva corona.
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