MIS RECETAS

miércoles, 30 de diciembre de 2020

EL ESPECTRO DE LA FUENTE DE LA PEÑA XX

 



S/  D. Matías D. Ráez Ruiz


LAVADERO DE LA FUENTE DE " LA PEÑA"

La fuente de La Peña es un nacimiento natural que está ubicado a los pies del cerro que le da nombre (La Peña), en las afueras del barrio de La Glorieta, dirección Jabalcuz. El manantial de la fuente de la Peña servía para abastecer de agua los cultivos de los agricultores de la zona. El lavadero fue construído a principios del siglo XX, en el año 1906, cuando las mujeres de la época acudían por las mañanas a lavar la ropa.




LEYENDA DEL ESPECTRO DE LA FUENTE DE LA PEÑA.

Un arriero que regresaba de los Villares una noche, al pasar por la fuente de la Peña, le pareció oir los sollozos de un niño. Allí había un lavadero donde las mujeres iban a lavar la ropa.. el arriero tal vez pensó que se trataba del hijo de alguna de aquellas lavanderas que se había perdido. Buscó el origen de los sollozos y vio que era un niño de dos otres años. Lo tomó en brazos y procuró tranquilizarlo. Cuando cesó de llorar, lo colocó atrás  en la mula y continuó su camino hacia Jaén.Ya entrando en el barrio de San Felipe, un poco antes de llegar a la Glorieta, el arriero empezó a notar que las mulas iban tornando su paso en fatigoso. Parecía como si un peso muy grande las lastrara. El hombre se extrañó y cuando echó la cabeza hacia atrás para ver que pasaba en la recua, se encontró con que el niño se había convertido en un ser enorme y monstruoso, una  criatura de rostro terrible y enormes dientes. Y con cierta sorna le preguntó:   -¿Tienes dientes como yo?  El arriero, pese a ser un hombre hecho y derecho, descabalgó de un salto y, sin ocuparse de sus mulas que se desperdigaron por calles y caminos, salió corriendo al tiempo que se santiguaba.





domingo, 27 de diciembre de 2020

"UNOS MESES EN CONTACTO CON LA NATURALEZA"



 

Con el fin de evitarnos algunos de los males producidos por el Covid-19  y aconsejados también por nuestros hijos que en todo momento han velado por nuestra salud; un buen día de finales de octubre del presente año nos desplazamos a una casita de campo que mis cuñados tienen en la antigua carretera de Granada. Ambas parejas, ya jubiladas; decidimos de común acuerdo, que lo más conveniente en estas circunstancias era el aislarnos un poco de la ciudad y estar en contacto con la naturaleza, hasta que se haga un poco de luz y llegue esa tan cacareada por los medios "vacuna", que nos lleve un poco "a la normalidad". Este hecho me recuerda a los años de mi juventud, cuando en el colegio leíamos el Decamerón de Boccacio tras la peste negra declarada en Florencia y un grupo de diez jóvenes se marchan de la ciudad y cada día van relatando sus historias.

Desde este lugar, sigo publicando pequeñas anécdotas ya que la Universidad Popular permanece cerrada y sólo contadas exposiciones mantienen el ritmo cultural de nuestra ciudad.

Paso los días, cuidando los jardines y sacando adelante algunos árboles, que espero que para el próximo verano den ya sus frutos. También caminando los días que no llueve, contemplando las aguas cristalinas del río y descubriendo nuevos paisajes para mis pinturas.


                                        



                                        

                                        

                                        

                                        

                                        

                                        


Junto a la chimenea, con unas buenas lecturas, animada conversación y una cerveza con una buena tapa, se pasa el tiempo, a la espera de que esto pueda cambiar y nos podamos ver y abrazar.

Os deseamos una Navidad todo lo tranquila que nos lo podamos permitir y que el 2021 nos haga olvidar este aciago 2020.


lunes, 14 de diciembre de 2020

EL BLANCO CORTEJO XIX

    S/ D. Manuel Mozas Mesa





   En la crónica de Juan II que justamente se la considera como << la más puntual y la más segura de cuantas se conservan antiguas>> y que es debida, entre otros autores, a Fernán Pérez de Guzmán y a Alvar García de Santa María, refiriéndose a Jaén dice que era << la ciudad más considerable de la frontera>>, al comenzar el siglo XV.  De ahí que fuera ambicionada por los reyes moros de Granada y objeto de sus contínuas correrías. Querían recobrarla para que, como hermosa perla, fuese engarzada a la corona de los nazaries.


LAS IRUPCIONES DE LOS NAZARÍES

  Aprovechando las discordias del reino de Castilla y desde Cambil y Alhabar venían los moros, protegidos por las sombras de la noche cometiendo en Jaén todo género de violencias y excesos y cuando aparecía la primera claridad del crepúsculo, se llevaban de su incursión como botín cautivas y ganados, preferentemente de los arrabales, quedando, además; honda huella de su paso, por las muertes  cometidas fuera del recinto amurallado de la ciudad.                                                                               Tan frecuentes fueron estas incursiones nocturnas y aún otras hechas en pleno día, por los campos próximos a la capital, que no bastaban las cuadrillas o hermandades formadas para defenderse de estas acometidas, ni el ímpetu de los caballeros, que a diario salían a batir a los moros y a cuyo frente iba el obispo Don Gonzalo de Zúñiga - de tan recio temple, que al menor peligro cambiaba el báculo por la espada- por lo que se presentaba, como triste y única solución; el abandono de la ciudad, al no estar en ella seguros vidas ni haciendas.







EL DESCENSO DE NUESTRA SEÑORA

   Y cuando el desaliento era mayor y sin esperanza de humanos socorros, tuvo lugar la milagrosa ventura del descenso de la Santísima Virgen a Jaén.                                                                                        El sábado 10 de Junio de 1430, víspera de San Bernabé, entre once y doce de la noche según la información testifical hecha, verificose la más extraordinaria y maravillosa procesión: El blanco cortejo de nuestra señora la Virgen María, que salió de la iglesia Catedral hasta la de San Ildefonso, pasando por las calles de esta parroquia.


   Iban primeramente siete cruces, como las de las parroquias de la ciudad, llevadas por personas vestidas de blanco, a continuación, veinte personas con blancas vestiduras, que eran clérigos y luego, como dice el analista Ximena Jurado, <<Una señora hermosísima, medio codo más alta que las demás personas, vestida de blanco, con una falda de dos brazadas y media a tres, y llevaba en el brazo derecho a un niño envuelto en paños blancos. Y de la Señora y del Niño salía tan grande resplandor que alumbraba tanto y más que el sol, que con el resplandor parecían todas las casas de alrededor y aún las tejas de los tejados se determinaban como si fuera medio día>>. Iba a la derecha de la Virgen un hombre, muy semejante a la imagen de San Ildefonso y a su izquierda, una dueña; algo más apartados y en grupo, tres centenares de hombres y mujeres, todos con blanca vestidura y detrás hasta cien hombres armados.                                                                                                                                                            El blanco cortejo se detuvo en la parroquia de San Ildefonso.                                                                     A espaldas del altar mayor, por parte de la calle, había un altar de altura de una lanza, con paños blancos y rojos y un trono donde se sentó la Divina Señora, iluminándolo todo; no luz de candelas, sino claridad prodigiosa, resplandor celestial.                                                                                                          Cantaron con voces suaves y delicadas alabanzas a la Madre de Dios, hasta la media noche, en que al tocar las campanas de la iglesia mayor y demás templos a maitines; desapareció todo y volvió a reinar completo silencio.


LOS TESTIGOS

   Al día siguiente, ante el discreto varón Juan Rodríguez de Villalpando, Provisor y Vicario General del Obispado, acompañado de los notarios Juan Rodríguez de Baena, Álvaro de Villalpando y Fernando Díaz, declararon haber visto el milagroso suceso; Pedro, hijo de Juan Sánchez; Juan, hijo de Usanda Gómez; María Sánchez, mujer de Pedro Hernández y Juana Hernández, casada con Aparicio Martínez, todos de humilde condición, que contemplaron la visión prodigiosa. Donde se detuvo la procesión, el prelado hizo edificar una pequeña capilla y se colocó una imagen muy antigua de la Virgen, que estaba en uno de los altares de la iglesia de San Ildefonso, a la que el pueblo comenzó a venerar con el nombre de Nuestra Señora de la Capilla.                                                                                                                 El blanco cortejo de la Virgen María, al cruzar las calles de Jaén, supo encender en todos los corazones giennenses fe viva y esperanzados ya con la fe divina, sintieron alientos y estímulos para defender su ciudad  y acabar con las acometidas de los moros.                                                                                   Tal es la fundada tradición religiosa que, como cimiento secular e ininterrumpido, ofrece el culto a la Virgen de la Capilla, patrona de Jaén, símbolo venerado del descenso de Nuestra Señora a esta ciudad y que, en materia de milagros, << ninguno llegaba a ser como el de Jaén, que entre los grandes era el mayor>> segun afirmó el Rey Prudente.




LA  IMAGEN


      La imagen, desprovista de sus actuales vestiduras, tal como salió de las manos del anónimo artista, tiene una altura total de 57 cm, comprendiendo la peana, que semeja rica almohada. Es una escultura gótica de primeros del siglo XV o últimos del XIV. Todo el ropaje está estofado en oro, salpicándole flores, margaritas pequeñas silueteadas de verde y de rojo. El color del rostro es de un tono muy oscuro, cobrizo casi acafetado, con mucho brillo.                                                                                                          El prior de San Ildefonso, Don Melchor de Soria y Vera, edificó la capilla actual, independiente y espaciosa, con la entrada por la iglesia al nuevo y suntuoso local, que desde entonces es su especial santuario.   




   El altar mayor de la parroquia de San Ildefonso tiene un hermosísimo retablo barroco de la segunda mitad del siglo XVIII, hecho en tiempos del obispo Fray Benito Marín, y se supone fue debido a Marcelino Roldán, sobrino del famoso escultor sevillano Pedro Roldán.                                                      En la parte central aparece un magnífico tríptico con el blanco cortejo de Nuiestra Señora, es la historia tallada del descenso de la Virgen a Jaén.   

 



LAS CORONAS


   Con razón pudo estampar el licenciado  Antonio Becerra en el Memorial del prodigioso descenso, publicado por vez primera en 1639, que todas las noticias en él contenidas las había << sacado de papeles antiguos, de testimonios de personas de todo crédito y de la tradición de la ciudad>> y pudiera añadirse que en el afecto de los giennenses, y en gratitud se le ofrece una corona de oro y pedrería, impuesta el 11 de junio de 1930, al cumplirse el quinto centenario del descenso a Jaén; era ... el espléndido recuerdo de aquel blanco cortejo. La corona fue destruida durante la Guerra Civil para aprovecharse de su valor material. La ciudad reparó el ultraje el 11 de Junio de 1953 con una nueva corona.

                                                                                                                                                      




                                                                                                      

   


martes, 8 de diciembre de 2020

LEYENDAS DE SAN ILDEFONSO II "EL HOMBRE QUE ROBÓ A LA VIRGEN"

 S/ D. Matías D. Ráez Ruiz




   En el tejado de la fachada norte del templo, sobre el contrafuerte derecho, hay una cabeza que dicen ser de diablo. Su historia leyenda es la siguiente:






   Un joven cordobés de buena familia quiso expoliar las joyas de la Virgen de la Capilla;  para ello quedó escondido en la iglesia y cuando salieron todos los fieles y cerraron la puerta, se dispuso a hacer su tarea. Se dirigió al camarín de la Virgen y le rezó un Ave María para que se le fuera el remordimiento que sentía; pero aún así  no soportaba su mirada, por lo que decidió ponerle un velo por encima de la cabeza, y así poder robar las joyas.




   Cometida esta felonía con nocturnidad, surcó los campos con la intención de poner leguas de por medio. Pero cuando amaneció, sólo había llegado hasta Los Villares, allí se cundió la noticia del robo antes de que él llegase con su saco y, como viesen sospechoso el hato que llevaba, fue aprehendido. De vuelta a Jaén, juzgado y sentenciado a muerte, a pesar de las súplicas y promesas económicas de sus padres.

   Así pues, la cabeza fue puesta en un palo en el tejado del templo, para ejemplo del pueblo. Cuando los carroñeros se la comieron, la pusieron de piedra para que no quedase en olvido, como se pagaba semejante sacrilegio para con la Virgen.