MIS RECETAS

viernes, 20 de marzo de 2020

LEYENDA "FRENTE AL TORO ESTÁ EL TESORO" XII


RUINAS EN EL AÑO 1908


S/ D.Manuel Mozas Mesa y D. Matías D. Ráez Ruiz


"Altivo se alza el castillo de Santa Catalina sobre mole rocosa, en cuya ladera, la ciudad de Jaén en los tiempos medievales, describía siguiendo las líneas de su murado recinto, la figura de un dragón o sierpe alada"

Domina la ciudad, tiene tres defensas naturales en su lado posterior, por las cortaduras de las rocas donde se levantan parte de sus murallas y torres, como en reto triunfal a los siglos transcurridos y a las generaciones humanas que por él pasaron.
Ya en  la centuria duodécima Edrisi, lo elogia como "alcazaba de las más inaccesibles y fortificadas". Ella fue segura morada de escogida hueste musulmana, defensora de la ciudad, entonces circundada por recias murallas.
Desde allí oteaban el horizonte, para dar el grito de alarma al divisar cualquier cabalgada cristiana y disponerse a rechazar los asaltos e incursiones de las tropas reconquistadoras.


Así fue el "abrehui" o viejo castillo un soberbio baluarte.


Al ocupar Jaén Fernando III en 1246, mandó edificar un suntuoso alcázar junto al antiguo castillo,  donde poder aposentarse él y sus tropas cuando volviesen de nuevo a visitarla.
Bien fuera reconstruido o ampliado, el hecho es que la antigua alcazaba musulmana se ve ampliada con nuevas torres y murallas, que en el siglo XV se las denomina castillo nuevo, cuya fábrica corresponde a la época del Jaén reconquistado.
Constituye una atalaya histórica de importancia, evocadora de luchas, de momentos de zozobra, de periodos de violencia, de fastuosa vida oriental y tras la ocupación por los cristianos, les cabe el honor de aplicarle, el lema heráldico de la capital del Santo Reino; fue desde entonces "guarda y defendimiento de los Reinos de Castilla".
No quedan, en la actualidad, sino grandiosos restos de aquella imponente fortaleza; ruinas venerables que al mismo tiempo que reflejan pretéritos fulgores de gloria, son exponente de larga vida secular, plena de agitación y henchida de turbulencia.

EL CASTILO   acuarela de Juan J.Tello

A principios del siglo XIX, estallido de patriotismo ante la invasión francesa, comienzos de la Guerra de la Independencia Española. La proximidad del enemigo galo, que había de sufrir la derrota de Bailén, primero y grave desastre tras de una continuada serie de victorias, hizo que los giennenses se aprestaran a la lucha. 
Como los invasores saqueaban las poblaciones, todos escondían los objetos de valor.

VISTA DEL CASTILLO

CAPILLA DE SANTA CATALINA


"UN TESORO OCULTO"

Cuentan que una noche, un rico hacendado, con una abultada carga a la espalda, ascendió penosamente por la senda del castillo. En una de las cuadradas y recias torres y en uno de sus lados a conveniente altura, con un pico fue quitando varios sillares, hasta lograr cabida suficiente para enterrar el pellejo, repleto de oro que hasta allí había transportado. Simuló muy bien la abertura para que no se encontrase vestigio alguno de la misma y una vez taponadas las juntas de las piedras, con un lápiz dibujó la cabeza de un toro, con objeto de tener una señal inequívoca, que le permitiera recuperar su dinero al alejarse el peligro invasor.
Pasaron los azarosos años de la Guerra de la Independencia y probablemente en la lucha murió el acaudalado propietario del rico metal escondido, llevándose a la tumba el secreto.
Los vecinos, ya renacida la tranquilidad, fueron desenterrando sus joyas y preseos, siendo halladas también otras casualmente y en recónditos parajes.
Y el pueblo, en sus sueños de grandeza, siempre perdurables como todas las bellas quimeras, se dedicó con ahinco a la busca de tesoros, aunque la fortuna no se mostró propicia, pues sudores y esfuerzos rara vez se vieron compensados con el hallazgo del aúreo metal.
Un día, sin saber su origen, brotó la frase, acogida con entusiasmo popular y que hasta hoy se conserva, aunque perdida ya su virtualidad: "FRENTE AL TORO ESTÁ EL TESORO". Era todo un 
panorama de opulencia para el que lograra descubrirlo, en aquella torre, desmoronada por su parte superior del castillo de Jaén.
Y la antigua fortaleza fue visitadísima. Ascendían por la tortuosa senda muchos esperanzados y al bajar, la desilusión ya había prendido en sus ánimos. Negaban el verismo de la frase, pues tras de agujerear, quitar los sillares y abrir boquetes en la gruesa pared de la torre, frontera a la del dibujo de la cabeza del bravo rumiante, no encontraron más que cascotes, que se iban acumulando, por la persistente labor demoledora.
Cundió el desaliento entre los buscadores y cada vez fueron menos los que subían al cerro de Santa Catalina para llegar al alcázar y proseguir en la torre las exploraciones.

  

EL HALLAZGO


En una madrugada de Abril, un humilde jornalero, que ya había trabajado varias horas en el silencio de la noche, con resultado negativo; dio por terminada su labor infructuosa, pero antes de abandonar la torre, a la que no pensaba volver más, con el pico que tenía dio un fuerte golpe a la dibujada cabeza del toro, como queriendo destruir aquel señuelo de ambición.
Y... ¡ se obró el prodigio¡  Con los escombros empezaron a caer onzas, era un surtidor de oro, pues el pico había abierto el pellejo escondido  y de él brotaban las peluconas relucientes.
La frase  resultaba exacta, sólo que la habían interpretado mal: " no era enfrente", sino en la frente (parte superior de la cabeza del astado) el lugar que contenía el valioso y dorado metal.
De aquí que, el castillo de Santa Catalina, no sólo fue asiento de valor, albergue de hidalguía, escenario de beliciosos encuentros, fiel guarda y firme defensa; sino refugio de la fortuna y sitio donde estuvo oculto el celebrado y popular tesoro.



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