S/ D. Manuel Mozas Mesa
PERO SIN BANDEJA
Jaén sentía vivos entusiasmos por la regia visita anunciada. Se hacían los preparativos con extraordinaria animación, en los que intervenían todas las clases sociales; era un empeño colectivo para que resultase grata la estancia de Isabel II y muy halagüeña la impresión sacada de su paso por las capital del Santo Reino.
Y no sólo era el elemento oficial el que activo y diligente, se afanaba en la confección del programa de festejos, que presenciaría la real familia, ni la Sociedad Económica de Amigos del País que ultimaba el <Romancero de Jaén>, escrito e impreso por este motivo, sino que particularmente se pensaba en agasajos y regalos para obsequiar a la que después fue llamada Reina "de los tristes destinos".
UNA PRENDA DE PASTIRA
De ahí que Juan del Hacha, labrador acomodado, que vivía en la calle de las Bernardas y su mujer, gorrida moza, de blanca tez, ojos melados y cabello negro, tipo perfecto de labradora del arrabal, acordaron ofrecer a la reina una mantilla encarnada . Era una prenda típica que la mujer de Juan del Hacha, tan hábil para la costura como para los demás menesteres domésticos, cortó con primor la bayeta roja, con la forma adecuada, cosió con esmerado pespunte el zócalo de felpón negro, de labrado adorno y aún tuvo la delicadeza de bordar en oro - en uno de sus puntos- una pequeña corona real. Muy bella resultó la mantilla y para que el presente fuera ofrecido, le prestaron rica bandeja de plata, con el encargo expreso de que fuese devuelta una vez hecho el servicio.
En la tarde del 7 de octubre de 1852, llegó a Jaén Isabel II, acompañada del rey consorte Don Francisco de Asís, del entonces príncipe de Asturias que luego sería el monarca pacificador, y de la que más tarde lograría una verdadera popularidad, la infanta Doña Isabel. En el numeroso cortejo - mayordomos, ayudantes, gentiles hombres- se destacaban el presidente del Consejo de Ministros señor Duque de Tetuán; los Consejeros de Estado y Fomento, señores Calderón Collantes y Marqués de la Vega de Armijo y el entonces confesor de la soberana, arzobispo Don Antonio María Claret, recientemente proclamada su santidad.
Al día siguiente, en el palacio episcopal, convenientemente alhajado para recibir a los regios huéspedes, se celebró una recepción general del desfile de autoridades y corporaciones se permitió al público el acceso al salón del trono.
LA ENTREGA
Le tocó el turno a la mujer de Juan del Hacha que, encendida de rubor y con rico traje de pastira, se presentó ante la reina, ofreciéndole en la bandeja la mantilla por ella confeccionada. Isabel II agradeció el obsequio y tomó en sus manos la prenda, por la que se mostró complacida, y cuando un palatino se adelantó para recoger la bandeja, donde la soberana depositaría de nuevo la mantilla; la hermosa labradora, toda apurada, pues recordó que tenía que devolverla, sin tener en cuenta la cortesía y el protocolo, apretándola contra su pecho, dijo con energía:
-<<!No. la bandeja , no!>>
Se celebró el lance, que trascendió inmediatamente a la ciudad y la musa anónima, con sutil ironía, lo expresó con esta copla:
La mujer de Juan del Hacha
a la reina le llevó
una mantilla encarnada
!pero la bandeja, no!
Y fue tan rápida esta transformación poética, que aquella misma noche, mientras se quemaban vistosos fuegos de artificio, la reina oyó regocijada esta copla, que es la transmisora de este rasgo de ingenua desconfianza de la gentil labradora.
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