MIS RECETAS

lunes, 30 de noviembre de 2020

LEYENDAS DE SAN ILDEFONSO: "SAN CRISTOBAL" XVIII

 S/ D. Matías D. Ráez Ruiz




IGLESIA DE SAN ILDEFONSO


SAN ILDEFONSO   (Acuarela de Juan J. Tello)


   En el testero situado a los pies del templo, en su parte derecha, se encuentra un gran cuadro de aproximadamente ocho metros de altura, datado a principios del siglo XIX, que representa a un  gigante con el niño a cuestas, en medio de un río, apoyándose a modo de bastón sobre una palmera.


   

   La leyenda cuenta que este gigantón llamado Offerus, se marchó de su hogar porque quería servir al rey más poderoso de la tierra. Cuando lo encontró, le pidió que lo aceptara como su servidor. El rey lo aceptó; pero un día notó que este rey le tenía miedo al diablo y Offerus decepcionado le dijo: << si temes al diablo es que no eres tan poderoso como él, por tanto, a partir de este momento quiero servir al diablo>>, y partió. Después de muchos días de búsqueda se encontró con una tropa de jinetes `pintados, enfurecidos, con enormes espadas y hachas. El jefe se dirigió a Offerus y le dijo:  ¿A quién buscas? - Busco al diablo para servirle>>, y lo siguió. Pero un día notó que el diablo evitaba pasar por delante de una cruz que había en el camino y le preguntó: ¿Por qué evitas la cruz? - <<Porque temo a Cristo>> -  contestó el diablo. Entonces le dijo: << Si temes a Cristo, es que eres menos poderoso que él; en tal caso, quiero entrar al servicio de Cristo>>. Offerus continuó solo su camino en busca de su nuevo jefe.
   Después de muchos viajes, encontró a un ermitaño y le preguntó como podría servir a Cristo. El ermitaño le respondió: "sígueme", y cogiendo la mano de Offerus lo condujo a través de un dificultoso camino hasta la orilla de un impetuoso torrente de agua, y le dijo: << Los pobres que intentaron cruzar  estas aguas se ahogaron; !Quédate aquí y traslada a la otra orilla, sobre tus hombros, a aquellos que te lo pidiesen. << Si haces esto por amor a Cristo, Él te admitirá como su servidor>>.
   Offerus se construyó una casita en la ribera del río y comenzó a transportar de noche y de día a los viajeros pobres que se lo pedían.
   Cierta noche, dieron tres golpes a su puerta y oyó la voz de un niño que lo llamaba. Se levantó, subió al niño sobre su espalda y penetró en el torrente. Al llegar a la mitad, vio como el torrente se enfurecía de pronto; las olas aumentaban y amenazaban con derribarlo. Offerus aguantaba lo mejor que podía y viendo que el niño se hacía cada vez más pesado, tuvo que recurrir a su bastón para no hundirse.
   Temiendo que el niño se ahogara, lo miró y le dijo: <<Niño, ¿Por qué te haces tan pesado?, parece como si transportara al mundo >>. El niño, con su bola en la mano, le respondió: << No solamente transportas el mundo, sino a aquel que hizo el mundo. Yo soy Cristo, tu Dios y Señor, y en recompensa de tus buenos servicios, en adelante te llamarás Cristo - bal  que quiere decir "portador de Dios"



lunes, 23 de noviembre de 2020

VISITA DE LA REINA ISABEL II A JAÉN.

 S/ D. Manuel Mozas Mesa 



PERO SIN BANDEJA


   Jaén sentía vivos entusiasmos por la regia visita anunciada. Se hacían los preparativos con extraordinaria animación, en los que intervenían todas las clases sociales; era un empeño colectivo para que resultase grata la estancia de Isabel II y muy halagüeña la impresión sacada de su paso por las capital del Santo Reino.



   Y no sólo era el elemento oficial el que activo y diligente, se afanaba en la confección del programa de festejos, que presenciaría la real familia, ni la Sociedad Económica de Amigos del País que ultimaba el <Romancero de Jaén>, escrito e impreso por este motivo, sino que particularmente se pensaba en agasajos y regalos para obsequiar a la que después fue llamada  Reina "de los tristes destinos".


UNA PRENDA DE PASTIRA

   De ahí que Juan del Hacha, labrador acomodado, que vivía en la calle de las Bernardas y su mujer, gorrida moza, de blanca tez, ojos melados y cabello negro, tipo perfecto de labradora del arrabal, acordaron ofrecer a la reina una mantilla encarnada . Era una prenda típica que la mujer de Juan del Hacha, tan hábil para la costura como para los demás menesteres domésticos, cortó con primor la bayeta roja, con la forma adecuada, cosió con esmerado pespunte el zócalo de felpón negro, de labrado adorno y aún tuvo la delicadeza de bordar en oro - en uno de sus puntos- una pequeña corona real. Muy bella resultó la mantilla y para que el presente fuera ofrecido, le prestaron rica bandeja de plata, con el encargo expreso de que fuese devuelta una vez hecho el servicio.




   En la tarde del 7 de octubre de 1852, llegó a Jaén Isabel II, acompañada del rey consorte Don Francisco de Asís, del entonces príncipe de Asturias que luego sería el monarca pacificador, y de la que más tarde lograría una verdadera popularidad, la infanta Doña Isabel. En el numeroso cortejo - mayordomos, ayudantes, gentiles hombres- se destacaban el presidente del Consejo de Ministros señor Duque de Tetuán; los Consejeros de Estado y Fomento, señores Calderón Collantes y Marqués de la Vega de Armijo y el entonces confesor de la soberana, arzobispo Don Antonio María Claret, recientemente proclamada su santidad.

   Al día siguiente, en el palacio episcopal, convenientemente alhajado para recibir a los regios huéspedes, se celebró una recepción general del desfile de autoridades y corporaciones se permitió al público el acceso al salón del trono.


LA ENTREGA

   Le tocó el turno a la mujer de Juan del Hacha que, encendida de rubor y con rico traje de pastira, se presentó ante la reina, ofreciéndole en la bandeja la mantilla por ella confeccionada. Isabel II agradeció el obsequio y tomó en sus manos la prenda, por la que se mostró complacida, y cuando un palatino se adelantó para recoger la bandeja, donde la soberana depositaría de nuevo la mantilla; la hermosa labradora, toda apurada, pues recordó que tenía que devolverla, sin tener en cuenta la cortesía y el protocolo, apretándola contra su pecho, dijo con energía:

-<<!No. la bandeja , no!>>

   Se celebró el lance, que trascendió inmediatamente a la ciudad y la musa anónima, con sutil ironía, lo expresó con esta copla:

                                          La mujer de Juan del Hacha

                                          a la reina le llevó

                                          una mantilla encarnada

                                          !pero la bandeja, no!

   Y fue tan rápida esta transformación poética, que aquella misma noche, mientras se quemaban vistosos fuegos de artificio, la reina oyó regocijada esta copla, que es la transmisora de este rasgo de ingenua desconfianza de la gentil labradora.