"Con el paso de los años, he imaginado la navidad como una fiesta blanca cuyo protagonista: Jesús niño, nace en un portal y vive entre nosotros para transmitirnos ilusión y esperanza."
Tuve la gran suerte de nacer en Nochebuena.
Mis recuerdos me llevan a un pueblo de Sierra Mágina, pequeño, rodeado de montañas y por estas fechas nevadas y con sus gentes amables y trabajadoras ocupadas en preparar los utensilios y herramientas para la recogida de la aceituna. Sus olivares preñados de negras aceitunas y que día tras día iban recogiendo y llevando en sus mulas y burros hasta las almazaras; una vez allí, eran molturadas y convertidas en ese rico aceite que nuestras madres con tanto cariño, nos echaban sobre un pan recien tostado con un poquito de azúcar; que nos sabía a gloria.
Aquellos días lluviosos en los que no se podía salir al campo, por el barro de los caminos y porque los olivos se cargaban de agua; las familias reparaban los mantones, capachos, sacos etc. Los hombres, en su mayor parte del campo; confeccionaban con el esparto, que machacaban con un mazo de madera sobre una piedra, la pleita para los serones de los burros y mulos, las espuertas para recoger las aceitunas, los capachos para envasarlas y las tomizas o cuerdas para atarlos.
Los albardoneros confeccionaban y reparaban las albardas, los atarres y las jáquimas de los animales para el acarreo de la aceituna hasta las fábricas. Los hombres, también cortaban la leña ya apilada, para alimentar el fuego de la chimenea que calentaba la casa y donde se hacía la comida cada día.
Las mujeres, además de la crianza de los hijos y las faenas del hogar; acudían a los hornos de Diego, Paco, Antonio etc. y durante más de una semana desempolvaban las recetas que habían recopilado a lo largo de los años de sus madres y amigas y hacìan los dulces navideños. Mi abuela, que era modista y cosía en las casas donde le avisaban; escribía las recetas y las guardaba para esta ocasión.
Los hornos se llenaban de aromas navideños: mantecados, polvorones, empanadas dulces, alfajores, almendrados, bizcotelas etc..
Ayudaba a mi madre y abuela a trasladar a la casa estos manjares y mi madre los colocaba en un aparador. Durante las fiestas los disfrutábamos toda la familia.
Con las nevadas, las calles y la carretera se volvían inaccesibles hasta que los vecinos a golpes de pala abrían un camino por el que podíamos salir a comprar a las tiendas del tío Bernardo y la tía Gregoria.
En la carretera, muy próxima a nuestra casa y cubierta de nieve (estaba construída de piedra machacada a mano y tierra colorada sentada con una apisonadora a vapor); al estar en pendiente, mis amigos de vecindad y yo; ayudábamos a mi primo Victor a confeccionar grandes bolas de nieve para construir un gran muñeco que colocábamos en los aledaños de la carretera. Por esta carretera sólo transitaba un servicio diario de mercancias hasta el pueblo más cercano.
Para la Concebida (así denominábamos la festividad del 8 de diciembre), los olores en las calles a cebolla cocida, se esparcía por todo el pueblo y era sinónimo de "llega la matanza".
La cebolla cocida y comprimida con una gran piedra encima, servía junto a otros ingredientes; para confeccionar las deliciosas morcillas, gracias al "betún" (masa de morcilla).
La temprana espera del matarife, con la caldera de agua a punto y una mesa fornida donde consumar el sacrificio de un cerdo, que serviría de alimento a la familia durante todo el año.
Toda una tradición y una fiesta que perduraba año tras año, y que reunía a la familia y nosotros los más pequeños participábamos de este jolgorio, haciendo recados, trayendo leña, picando cebollas o con nuestro entusiasmo a veces "estorbando" a las mujeres en estos trabajos.
Y llega la Nochebuena, mi familia preparando las viandas: un consomé preparado por mi abuela de una gallina vieja de corral, la carne estofada con patatas pequeñitas de mi madre y los dulces navideños. Junto a nosotros mis abuelas, Juanita (una hermana de mi abuela) y su familia. Nos reimos de las ocurrencias tan graciosas de esta tía, de su hija, de mi padre y todos nos contagiamos de esta sana alegría.
Después junto a mi abuela, marchamos a la Misa del Gallo donde oimos misa y entonamos los villancicos que hemos aprendido de nuestros mayores y de la radio.
Y finalizaban estas fiestas con la llegada de los Reyes Magos.
Esperábamos su llegada con gran ilusión. Nos acostábamos temprano y a la mañana siguiente en una bandeja estaban los regalos que nos habían traido (siempre que nos hubiéramos portado bien). Un primer regalo de un caballo de cartón que según me decía mi madre podía subirme en él.
En aquellos tiempos los Reyes no podían ser muy generosos ya que había otras necesidades y el número de hermanos se iba incrementando.
Eran las Navidades de una familia humilde nacida y criada en Sierra Mágina en un pueblecito
de nombre Torres.
Felices fiestas y un venturoso año 2025.